martes, 10 de septiembre de 2013

2. Si echo la vista atrás, mil cosas he dejado a medio hacer.

Creo que nunca le dije a mi madre cuanto la quería en realidad.
Tampoco me dije a mi misma todo lo que en su momento hubiera bastado para hacerme dejar todo lo horrible a un lado, todo el sufrimiento sin sentido que podría haberme ahorrado.
No recuerdo haber sonreído las veces que se consideran necesarias para ser tachado de feliz, ni haber llorado y no de pena, por todo aquello que me emocionaba en demasía.
No tengo recuerdo alguno de haber fomentado mis aptitudes, y tampoco recuerdo haberme parado a disfrutar de cada pequeño placer vital que se me presentaba.

Yo ya.. no evoco nada que tenga que ver con la ilusión o la esperanza, porque realmente la perdí en el momento en el que empecé a perderme.
No tengo memoria para más allá de todos estos rotos que ahora me atormentan, y aún así me desvelan flashes de luz que evocan dulces palabras y bellos rostros que sin embargo, nunca conocí.
Y eso es aún peor que no recordar nada, es aún peor que no haber sentido nada.

Imaginar momentos de luz entre tanta oscuridad que ni siquiera me pertenecen, es aún peor que recibir un remiendo más en el corazón.

1. Demasiadas ojeras ya acumulo, y sé que no es bueno.

Son de color casi ceniciento, y se me incrustan de forma cruel y quejumbrosa. Si, se quejan.
 De tener que acompañarme hasta en las pesadillas, y de tener que atormentarse cada vez que me miro al espejo. Ellas, tan reales como yo misma, me limitan y oscurecen.
Y no es que no pueda vivir sin sus angustiosos lamentos y sus pesarosos destrozos. Ya no sé como era la vida antes de conocerlas. De sentirlas tan mías y yo tan su sierva. De no poder separarlas de nada que me concerniera, y de no poder apagarlas como se apaga una vieja pasión enterrada. 
Cada una tiene su historia, su momento y su nombre. Pero también su olor, su esencia y su piel.
Cada una me revive los pasos equivocados, aunque a veces también me recuerda que no siempre estuvieron tan ligadas a mi. Algunas, incluso evocan recuerdos felices que ahora se tornan casi imaginados por una mente ansiosa por escapar.
Pero las más audaces, las más... vivas y envejecidas, me amonestan continuamente, y me hacen rememorar que fui yo la que decidió encadenarse a ellas. No dejan que olvide que fui yo y sólo yo la que decidió engancharse y no soltarse; la que, intentando de infinitas maneras salvar a los demás, siempre olvidó, que lo único que debía hacer era salvarse a sí misma.