martes, 10 de septiembre de 2013

1. Demasiadas ojeras ya acumulo, y sé que no es bueno.

Son de color casi ceniciento, y se me incrustan de forma cruel y quejumbrosa. Si, se quejan.
 De tener que acompañarme hasta en las pesadillas, y de tener que atormentarse cada vez que me miro al espejo. Ellas, tan reales como yo misma, me limitan y oscurecen.
Y no es que no pueda vivir sin sus angustiosos lamentos y sus pesarosos destrozos. Ya no sé como era la vida antes de conocerlas. De sentirlas tan mías y yo tan su sierva. De no poder separarlas de nada que me concerniera, y de no poder apagarlas como se apaga una vieja pasión enterrada. 
Cada una tiene su historia, su momento y su nombre. Pero también su olor, su esencia y su piel.
Cada una me revive los pasos equivocados, aunque a veces también me recuerda que no siempre estuvieron tan ligadas a mi. Algunas, incluso evocan recuerdos felices que ahora se tornan casi imaginados por una mente ansiosa por escapar.
Pero las más audaces, las más... vivas y envejecidas, me amonestan continuamente, y me hacen rememorar que fui yo la que decidió encadenarse a ellas. No dejan que olvide que fui yo y sólo yo la que decidió engancharse y no soltarse; la que, intentando de infinitas maneras salvar a los demás, siempre olvidó, que lo único que debía hacer era salvarse a sí misma. 


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